Fuera se queman las calles al paso del viento nuclear. Y el ruido de los cristales rotos en millones de pedazos se mezcla con el ruido del dosél de nuestra cama cuando golpea la pared. El morse frenético de nuestros jadeos es ruido blanco e intermitente; nadie escucha nuestra llamada de auxilio. Consumada, la pequeña muerte se nos expande desde lo alto de las gargantas hasta el resplandor que es el final.
Me encanta lo que haces…y este relato me ha llamado mucho la atención..Curiosa forma de interpretarlo…
Un saludo,nuevo compañero de EKZ.