Sesión de tarde

Yo no quería ir. Pero él me lo pedía y yo iba. Me inventaba excusas. Pero él insistía y yo terminaba por ir. El me lo pedía, insistentemente. ¿Qué podía hacer? Ir, no podía hacer otra cosa. Así que iba, me sentaba y miraba. No sé si eso a él le gustaba más que a ella (que supongo que si; si no no insistiría tanto), o era ella a quien más le excitaba o era a los dos por igual. No lo sé, y en todo caso da igual. Pero no os confundáis, mariconadas las justas. Yo solo la miraba a ella, o al menos eso intentaba. Me costaba mucho  porque él no me lo ponía fácil. Apenas centraba mí vista dos segundos sobre sus pechos que él los estrujaba con sus manazas. Solo un parpadeo sobre su culo sonrojado y él ya pasaba de abajo arriba para montarla. Fijar mi mirada sobre su cara perlada y sus dientes sobre el labio para verla desaparecer en su entrepierna…

A mí esto fue irritándome más y más. Fastidiándome y sacándome de quicio, aunque no dijera nada. Volvía a negarme y él a redoblar sus esfuerzos por convencerme. Así que volvía a ir. Y a mirarla. Y a ver como ella también me miraba a mí, con todo el esfuerzo que eso le suponía. Mi rechazo fue creciendo tarde tras tarde como la espuma de un barril de cerveza purgada sobre una jarra antes de comenzar a servir las pintas. O como cuando alguien te toca mucho los cojones y decides cubrir su cabeza con una bolsa de plástico justo antes de que se corra. Ella gritó. A él nadie le oyó.

Hazañas Belicas

cross

La culpa de todo la tiene el Cine. Y los cómics. Siempre he tenido especial devoción por el cine bélico, sin duda debido a que este género arrasaba entre los marineros de Bermeo, el pueblo donde pasé mi infancia y al que vuelvo cuando puedo. En las bolsas de lona azúl que llenaban con tebeos para entretenerse durante las faenas no podían faltar ni las Hazañas Bélicas de Boixcar ni las Hazañas Bélicas Extra en las que colaboraban otros dibujantes más allá del barcelonés. Pero las recreaciones de los combates de la II Guerra Mundial, desde el frente ruso hasta las selvas de Birmania o Iwo Jima trascendían obviamente las viñetas para ser parte fundamental de la programación que daba TVE en Sesión de Tarde o Sábado Cine. Los Cañones de Navarone, Patton, Uno Rojo: División de Choque, El Días más largo, Un puente muy lejano… conformaban una serie de títulos que gozaron de gran aceptación por parte del público durante décadas. En las conversaciones de los arrantzales siempre estaban presentes las historias de los combates navales entre la Kriegsmarine y la Royal Navy: desde el hundimiento del Bismarck hasta la batalla del Río de la Plata. Durante el pasado conflicto las costas del Cantábrico, desde Euskadi a Galicia, se poblaron de u-boots alemanes y muchos de ellos descansan en sus profundidades junto a pecios de pasados siglos. Sin duda estos curtidos marinos que faenaban desde el Gran Sol hasta las Canarias y el Índico también recordaban la batalla del cabo Matxitxako.  Partícipe de todo esto, mi afición a la militaria, la recreación histórica, la literatura (La Delgada Línea Roja de James Jones es una de mis obras favoritas -no puedo decir lo mismo de la adaptación a la gran pantalla que hizo Terrence Malick), la Historia y el cine bélico quedan más justificadas aún. Que no a la guerra y sus horrores ni a los totalitarismos, eso que quede muy claro.

Este post viene a cuento de mi descubrimiento anoche de una extraordinaria bitácora que desde hoy recomiendo y enlazo: Cine de Guerra. Administrado y enlazado a otros lugares igual de interesantes por el Major Reisman (el oficial al mando de Los 13 del Patíbulo interpretado el mítico Lee Marvin) está lleno de extraordinarias referencias, criticadas con gusto y tino, y perfectamente documentadas. Desde ayer tiene un nuevo fan. Otro día dará para que escriba largo y tendido sobre mis películas de guerra favoritas y sus directores. Y sobre Sven Hassel y sus novelas. Hasta entonces una pista en la imagen que ilustra este texto.